Psalms 37

Invocación del justo atribulado (Cristo en la Pasión)

1
1. Este Salmo, que comienza como el Salmo 6, es el tercero de los siete penitenciales, y contiene la más honda descripción de un alma penitente, víctima del dolor y de la persecución. Los santos Padres han visto en él muy de veras la oración de Cristo doliente, víctima de los pecados del mundo, los cuales Él ha tomado sobre sí (versículos 4, 5 y 19) para poder purgarlos. El versículo 21 muestra que es un santo quien habla en él, o sea que aquellas culpas no eran suyas. La Vulgata agrega al epígrafe las palabras “en Sábado” , probablemente para indicar que el Salmo se recitaba durante la parte de la ofrenda llamada “recuerdo” (Levítico 2, 2; 24, 7), sacrificio de harina y aceite que se quemaba sobre el altar. Según San Agustín y San Gregorio, significarían estas palabras: “para recuerdo de la quietud perdida junto con el estado de inocencia, o de la prometida en la resurrección de los justos”.
Salmo de David. Para recuerdo.
2Yahvé, no me arguyas en tu ira,
ni me castigues en tu furor.
3
3. Palabras desgarradoras y sublimes en boca de Cristo, que encierran todo el misterio de la Redención; Dios, a ruego de su Hijo santísimo, dejó que sobre Este cayera el castigo tremendo que los viles esclavos del pecado merecíamos por todas nuestras infamias hasta el fin de los tiempos (véase Hebreos 10, 5-10; cf. Salmo 39, 7 y nota). Ejerció sobre Él la justicia para que a nosotros nos quedase la misericordia (Romanos 4, 25). Cf. los Salmos 21 y 68.
Mira que tengo clavadas tus flechas,
y tu mano ha caído sobre mí.
4
4. Jesús llama suyas nuestras culpas, y así cargado con ellas, se muestra a su Padre en estado de pura contrición, es decir: sin intentar la menor explicación o justificación (cf. Salmo 21, 7). En esta abyección suprema, aceptada por quien era la Santidad infinita, consistió la Pasión del alma de Jesús, la agonía que se manifestó en Getsemaní por el sudor de sangre. Véase Salmo 39, 13.
A causa de tu indignación
no hay en mi carne parte sana,
ni un hueso tengo intacto,
por culpa de mi pecado.
5Es que mis iniquidades
pasan sobre mi cabeza,
me aplasta el peso de su carga.
6
6 ss. Insensatez: Pecado. En el Antiguo Testamento, especialmente en los Libros sapienciales, el pecado es llamado “necedad”, “locura”, porque no la hay más grande que sublevarse contra la Omnipotencia, la Sabiduría y la Bondad del Padre celestial. Es Jesús quien así se proclama necio y culpable, en lugar nuestro. Nosotros, en cambio, queremos siempre aparecer dignos de aprobación y aun de aplauso (cf. Juan 5, 44 y nota); y si alguien nos llama necio, consideramos que el “honor” nos obliga a rebelarnos. ¡Feliz quien comprende el abismo que hay entre el mundo y Cristo! Sobre la falacia del concepto mundano del honor, véase Ezequiel 16, 55 y nota. En los versículos que siguen tenemos una de las más intensas pinturas que existen de la sacratísima Pasión de Jesús, que nos ayuda grandemente a unirnos a Él, a mirarlo y admirarlo como el Santo por excelencia, cuyos ejemplos y lecciones nos ilustran y santifican infinitamente más que si estudiáramos a todos los santos. Hablando a su clero el sabio y piadoso Mons. Keppler, buen conocedor de la Sagrada Escritura, le hacía notar cómo ella se empeña en mostrarnos, en contraste con la conducta de Jesús, siempre acertada y aleccionadora (cf. Juan 8, 46), las miserias y caídas de los apóstoles, las vanas promesas de Pedro, las bravatas de Tomás (Juan 11, 16) y su falta de fe (Juan 20, 24 ss.) y la incomprensión de todos ellos, los cuales —decía— “se gozarán hoy sumamente de haber quedado bien humillados e insignificantes en el Evangelio, para que sus fallas nos sirvieran de enseñanza y estimulo, y su oscuridad, lo mismo que el silencio casi absoluto que el Evangelio guarda sobre la Virgen, dejasen ver en toda su plenitud al Modelo que nuestros ojos han de contemplar constantemente, según San Pablo, como «autor de nuestra fe» (Hebreos 12, 2)”.
Mis llagas hieden y supuran,
por culpa de mi insensatez.
7Inclinado, encorvado hasta el extremo,
en mi tristeza
ando todo el día sin rumbo;
8mis entrañas se abrasan de dolor,
no queda nada sano en mi cuerpo.
9Languidezco abrumado;
los gemidos de mi corazón me hacen rugir.
10Señor, a tu vista están todos mis suspiros,
y mis gemidos no se te ocultan.
11Palpita fuertemente mi corazón;
las fuerzas me abandonan,
y aún me falta la luz de mis ojos.
12
12. Algunos traducen el segundo hemistiquio: “Mis allegados me hacen oprobios desde lejos”: Véase Job 2, 13.
Mis amigos y compañeros
se han apartado de mis llagas,
y mis allegados se mantienen, a distancia.
13
13. ¡Oír que nos están calumniando, ver la sinrazón, la ceguera que triunfa y se impone, y aceptarla con gusto porque así procurará el bien de los que amamos, que son esos mismos enemigos que nos están dañando! Así obró Jesús, y así tras Él, pero con Él, sus amigos. Él estuvo solo y redimió en carne propia. Nosotros, por la fe, unidos a Él que habita y sufre en nuestro corazón.
Me tienden lazos
los que atentan contra mi vida;
los que buscan mi perdición
hablan de amenazas
y forman todo el día designios aviesos.
14
14 s. Así pinta Isaías a Jesús, silencioso como la oveja que sin protesta ni resistencia se deja llevar a la muerte (Isaías 53, 7; Salmo 38, 3). Así también lo vemos en el Evangelio (Mateo 26, 63; Marcos 14, 61).
Yo entretanto, como sordo, no escucho;
y soy como mudo que no abre sus labios.
15Me he hecho semejante
a un hombre que no oye
y que no tiene respuesta en su boca;
16
16. Tú responderás (como observa Calès, mejor que Tú escucharás): Por eso yo me callo como un mudo (versículo 14 s.). Aquí está el secreto de esa fortaleza de Jesús en su Pasión: su solo consuelo era el saber que el Padre lo amaba a pesar de todo. Esta certeza es también para nosotros la única fuerza y alegría en las pruebas de esta vida que huye.
porque confío en Ti, oh Yahvé,
Tú responderás, Señor Dios mío.
17
17. Vemos aquí pintado lo que es el mundo, que se envalentona tanto más cuanto más nos ve caídos. Hasta el día en que resolvemos despreciarlo y buscar la felicidad en Jesús, y la descubrimos en su conocimiento y su amor.
Yo he dicho en efecto:
“No se alegren a costa mía,
y no se ensoberbezcan contra mí
al vacilar mi pie.”
18
18. ¡Qué palabras en boca de Jesús! Cf. Salmo 68, 21 y nota. “El verdadero sentido debe ser que el pecador penitente está seguro de no tener por sí solo bastante fuerza y fe para salir de su abatimiento físico y moral” (Desnoyers). De aquí la doctrina de la Iglesia: “Ningún miserable es librado de sus miserias, sino aquel a quien la misericordia de Dios se anticipa.” Esta doctrina se apoya en los Salmos 78, 8; 58, 11; 76, 11 (Denz. 187).
Pues me encuentro a punto de caer,
y tengo siempre delante mi flaqueza,
19
19 ss. Él contraste con lo que sigue define maravillosamente la posición de Cristo, el Redentor. El mismo que es hostilizado porque se empeña en lo bueno (versículo 21) y es odiado sin causa (versículo 20), se presenta aquí como si fuese pecador (cf. versículo 5). ¿Qué culpas son esas sino las nuestras? ¡A Él correspondió en grado sumo la bienaventuranza de ser perseguido por causa de la justicia! (Mateo 5, 10). Si al Salmo 36 le discuten muchos modernos el origen davídico, no obstante la afirmación del epígrafe, suponiendo que, por su estilo y forma, puede ser “postexílico”, la presente oración nos parece en cambio muy propia del Rey Profeta que, ya inocente y perseguido, ya culpable y arrepentido como en el Salmo 50, expresó como nadie, junto a los esplendores del Rey venturo, los más íntimos lamentos del alma de Cristo.
dado que confieso mi culpa
y estoy lleno de turbación por mi delito;
20en tanto que son poderosos
los que injustamente me hacen guerra,
y muchos los que me odian sin causa.
21Y los que devuelven mal por bien
me hostilizan,
porque me empeño en lo bueno.
22No me abandones, oh Yahvé;
Dios mío, no quieras estar lejos de mí.
23Apresúrate a socorrerme,
Yahvé, salvación mía.
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